En El matarife, Sándor Márai —uno de los grandes escritores del siglo XX— reflexiona con brillantez y hondura hasta qué punto un ser humano puede modificar su propia naturaleza sometido a los estragos de una guerra despiadada y cruel.
El indolente Otto Schwarz es un ejemplo escalofriante de abyección salvaje: para él, matar animales en un desolladero berlinés o soldados enemigos en el frente no supone una gran diferencia, sino una suerte de vocación. Sándor Márai ha sabido concentrar en un solo personaje el irreprimible trastorno psíquico que condujo a la Primera Guerra Mundial, con la irónica distancia y la fría concisión de un cronista, como algo perteneciente a una nueva y aterradora normalidad de la que es imposible salir indemne.